Biología en fuga de Gabriela d’Arbel
Por Saúl Castro
Hay libros que se constituyen como necesarios. La escritura salva, clarifica o nos
reconstruye desde un discurso prestado o revivido, contiene el torrente o se propaga en
cantos múltiples y vertiginosos, agudos o alterados.
La obra de Gabriel d’Arbel se configura como una obra sólida y necesaria, clara en su
discurso, en recursos formales y en su búsqueda. Su literatura está construida con la
mayor lucidez que provee el lenguaje y la mayor intensidad que provoca una tormenta.
Los poemas de d’Arbel parecen estar construidos con la paciencia de quien ha sabido
establecer el oficio del escritor como filtro de las emociones humanas: literatura antes
que confesión, registro formal por encima de la propia expiación.
Cito:
Nos cansamos de intentarlo y tomamos aire.
Hora de té.
Escapamos hacia ninguna parte. Nuestros caparazones
pesan hoy
más que mañana.
Nos sentimos torpes dentro del ritmo vertiginoso del
nuevo universo.
Ignoramos a quienes ansiosos
caminan en el techo más rápido que nosotros.
Los poemas de Gabriela d’Arbel, lejanos a toda concesión, son claros; sus figuras exactas
como las alegorías: la ola, el ave, la tormenta y el espejo heredado.
Desde Morfología de las fracturas (2016) la poesía de d’Arbel nos muestra una aparente
tranquilidad “narrativa”, para convertirse en un claro discurso sobre las fracturas de la
vida y sus tenues formas. Gaby las devela.
Poesía intuitiva en búsquedas y consciente en los hallazgos. El lenguaje, al igual que el
pensamiento, debe fracturarse; el orden de las cosas o el estado de cosas tiembla y se
reconstruye en los recorridos de la historia personal y de la historia de nuestras
relaciones maternas, amorosas, de trabajo y comunitarias. El orden nos engaña, pero no
el dolor y la pérdida.
…No hay otro camino
que el largo abrazo de la muerte.
El celuloide se fragmenta…
Entierro las uñas en su dorso.
Quizás piensen
que le tengo miedo a la ausencia.
Desde la caverna no he cambiado.
tampoco ustedes…
Fue de hecho en una caverna
la primera vez que morí.
Alcanzo a ver en ustedes
el miedo de Dios.
Y, como ejemplo, el primer poema de Odisea a Chittagong:
Mastodontes metálicos
flotan indolentes.
Biología en fuga,
necrópolis náutica.
Ubicada en la parte oriental de Bangladesh,
Chittagong tiene una población
de cuatro millones de habitantes.
Óxido de azufre, olas disueltas
Bajo las plantas nos hacen cosquillas.
Flotamos, pero hay demasiado sudor agrio
como para poner a zarpar un deseo.
Intrigante por su referencia. Y no porque se esté en desacuerdo que la lírica debe tener
una línea documental como magistralmente lo hizo Ezra Pound o, de manera reciente, Ed
Sanders en la poesía inglesa, no. Más bien se trata de las preguntas que parece imponer al
lector el propio texto: ¿Qué desembarca en nosotros? ¿Qué veneno se queda, quién o qué
nos hace abandonar el barco?
La apuesta de Gaby es suponer que la poesía a través de sus recursos se encarga de
contarnos múltiples tópicos, en Biología en fuga son dos fundamentales: alegoría y
taxonomía.
D’Arbel parece advertirnos que sólo podemos vernos con claridad a través de la
taxonomía, somos sujetos de clasificación y de observación, sujetos de hábitos, somos lo
que hacemos.
Una vez que la trampa está preparada
las hormigas aguardan
a que la presa potencial caiga;
esta puede ser mucho más grande que ellas.
Cuando la víctima es capturada,
unas la someten desde los agujeros
evitando que escape
mientras otras la atacan.
La lucidez tiene un ojo,
nosotros ninguno.
Nos sostenemos a ratos en una rama.
La hormiga se come a su víctima,
la hormiga da sentido a la muerte.
Los animales que se suceden en biologías en fuga son alegorías. Desfilan en el volumen
los animales que somos y que hemos sido. Somos biologías errantes, con hábitos y
rituales.
La claridad que Gaby d’ Arbel imprime a sus imágenes no da concesiones, es es dura y
descarnada, pero, decir por el inicio de lo que aquí se escribe, es necesaria. Es un libro
necesario.
Ya sea salvación, clarificación, discurso contenido o alterado, el presente volumen parece
recordarnos que somos algo de estos animales que habitan el mundo, y que al cruzar la
puerta o el asfalto, al igual que la hormiga o el escarabajo, actuamos de la misma forma:
huimos, devoramos, advertimos la ausencia de la casa, la comida o el resguardo ante el peligro.
Saúl Castro Tapia (1978) Lic. en Ciencias Políticas y Administración Pública. Premio
Nacional de Poesía Joven “Salvador Gallardo Dávalos”, 2002; Premio “Manuel José Othón”
de Literatura, 2004.
Ha publicado La materia del presagio (ICA, 2003), El arsenal y la defensa (Ed. Verdehalago,
2007), Nombrar el paraíso (Ediciones del Ayuntamiento de San Luis y Ediciones Sin
Nombre, 2008)
Ha sido Coordinador de Literatura en el Centro de las Artes de San Luis Potosí,
Coordinador de Literatura en el Instituto Potosino de Bellas Artes y docente en diversas
instituciones educativas. Actualmente es subdirector de la Biblioteca Central del Estado