El paso de las bestias y las aguas de Alejandro Sandoval

 

El paso de las bestias y las aguas de Alejandro Sandoval por Saúl Castro





En los extensos apuntes que Giacomo Leopardi escribió  en Zibaldone, hay una sentencia que puede resumir su historia familiar: “ninguna cosa parecerá mayormente verdadera que la falsedad de todos los bienes materiales, y ninguna sólida, sino la vanidad de todas las cosas, salvo la de los propios dolores”

Para el poeta italiano, hijo de un noble erudito -que dilapidó su fortuna- y de una severa madre obsesionada con la integración de su estirpe, heredó, por encima de todos los valores, los bienes y las vanidades, el dolor y las heridas.

El paso de las bestias y las aguas se inscribe en este rubro.

Poesía abierta y desafiante, consciente del propio dolor y del ajeno; poesía que no especula, poesía enfrentada al anfiteatro delante de una fila de cadáveres.

Poesía de aliento fuerte, genuina pero sin estridencia; versos que, sobra decir, persiguen el control y la mesura del ritmo pero con recursos literarios al servicio del discurso, versos de inconfundible sentido por la potencia de sus imágenes y por el manejo de sus figuras.

 

“Septiembre septiembre septiembre

Como decir abril.

Hoy miras a tu madre por última vez.

Con ella se van otras muertes

Semejantes al paso de las aguas…”

 

La poesía de Alejandro Sandoval no ofrece concesiones, el discurso parece fundarse a partir de piezas que conforman una geografía agreste, polvosa y añeja. La precisión del imaginario que Sandoval imprime a sus figuras dan cuenta que no necesita de sutilezas para contar el dolor. No podemos más que ser claros en el enfrentamiento. Así, la claridad generalmente es la materia de la poesía más honda, de la más genuina, de la que no emplea la retórica como aparente huida, tampoco al servicio de un lenguaje paralelo que parece evitar la confrontación con el hecho. La delicadeza del lenguaje aquí sería falsa, hipócrita, tibia.

 

Ni ante la muerte de tu padre

Quebranto acedo el tuyo

Dejaste asomar la ternura alguna vez conocida.

Sonámbula   torciste las emociones de los otros

Y ocultaste el rostro de un infierno de cascajo.

 

La poesía no describe, se acerca, exige claridad no para llegar a la verdad sino para reproducir la impresión o construirla. El poeta, es claro, no busca la verdad, busca la impresión; el argumento da paso a un discurso que, por la forma, se agudiza en un diálogo que rivaliza sobre los mismos hechos, sobre los mismos lugares y sobre los mismos personajes. Tres hallazgos sobre una misma variante. Dos de Víctor, su padre, una de Alejandro.

 

De Víctor Sandoval

Fraguas se fundó

Para que conviviera el padre con sus hijos.

Para que en el comedor, antes de la siesta,

Departiera la familia…

Cada día te pareces más a tu padre:

La misma nariz,

La misma nuca, el muro de cemento,

La espalda de la fábrica,

Tu padre, el clima,

El mismo rostro de fraguas…

-Cada día eres más la imagen de tu padre:

El secreto fulgor que alondra el entrecejo…

Su voz entre cadenas

Sensible a la garganta…

 

 

Alejandro Sandoval anota:

 

Retorno a fraguas

 

Se quedan en la mesa

Después de la comida.

Platican sobre sus experiencias

En los últimos años,

En los últimos meses,

Y hasta los días más recientes.

 

-mi padre se ve lento y cansado,

Se le olvidan las casas,

Repite anécdotas y cambia fechas.

-Mi hijo se deprime a veces,

Duerme tarde

Y trata de restarle importancia a sus problemas…

 

-A mi padre no le agradan las cosas

Como están,

Ha envejecido con Fidel

Y sigue oyendo radio habana

-perdido entre los tigres de su sangre

Mi hijo se desvela y canta

Soltero y solitario.

 

Solemos ser, de nosotros mismos, severos jueces, no claros, no ecuánimes y mucho menos justos. Casi siempre el juicio verdadero está en los otros: el amigo, la esposa o, en la mayoría de los casos, en la estirpe que nos sigue. La severidad de los jueces está siempre al otro lado de la puerta.

 

Cito a Víctor Sandoval:

Este olor a viejo

Es como la sangre

En lady Macbeth,

No se quita

Ni el agua ni el jabón

Ni la lavanda

Quitan este olor.

Este olor a viejo no se quita.

 

 

Cito a Alejandro Sandoval

 

Cuando vivir era algo poderoso

Había una llama que trenzaba sus rutas

Y nunca imaginó los espantajos que anudan la infidencia

La miseria de tres espejos contra el lodazal.

Abierta la ventana    danza el hedor a viejo

A anciano de hospital que se resiste

A lluvia centenaria que lo envuelve.

 

 

No desfilan nombres en el presente volumen (¿en la poesía hacen falta nombres?) más bien figuras, alegorías: el agua y las bestias, los tordos, los espejos y un único y omnipresente Minotauro.

Intriga por demás la figura, no recibe nombre, su llamado es su herencia: Minos construyó su casa semejando un laberinto. El minotauro no supo que su hogar era también su prisión, las ofrendas son sus hijos. Las casas se levantan como una protección y como una condena. ¿Quién es Ariadna en esta historia? ¿Hay un Teseo cargando con la muerte? ¿Hay un Egeo esperando al regreso del hijo? ¿Quién como Teseo olvidó colocar las velas blancas?

O tal vez la figura es simplemente una inconciencia de saberse monstruo.

 

La poesía de Alejandro Sandoval es una poesía altamente viva, sin rodeos. Poemas que por su brevedad parecen contrastar con la intensidad de su inferencia.

Poemas poderosos, creo que es la palabra, convencidos no de una poética particular, más bien convencidos de la condición que pesa sobre el escritor y que es fundamentalmente su escritura.

Poemas que, a semejanza de Leopardi, son “ninguna cosa mayormente verdadera, ninguna sólida, salvo la de los propios dolores”.

 

 







Alejandro Sandoval (1957-2022). Poeta, novelista, autor de LIJ. Estudió Filología Hispánica en la Universidad Central de Cuba. Fue presidente de la Asociación de Escritores de México y miembro del Consejo Directivo de la SOGEM. Textos suyos aparecieron en revistas y suplementos culturales de México, España y Cuba, y se han realizado comentarios críticos sobre su obra en publicaciones de Sudamérica, Alemania y los Estados Unidos. Su obra para niños fue traducida al portugués y sus poemas al inglés. Premio Poesía Joven de México 1974. Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 1982 y Premio El Barco de Vapor (literatura para niños) en 1997. Entre sus libros se cuenta: La justa fatiga (novela), edición digital, Emooby, Portugal, 2011; Para despedir al abuelo (novela para niños), ediciones SM México, 2011; Trasiego (poesía), Ediciones del Ermitaño, col. La furia del pez, México 2013; Ante la mirada de Jujú (novela para niños), Editorial Pearson México, 2015; El paso de las bestias y las aguas (poesía), Secretaría de Cultura-Ediciones Sin Nombre, México, 2016.
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Saúl Castro Tapia (1978) Lic. en Ciencias Políticas y Administración Pública. Premio
Nacional de Poesía Joven “Salvador Gallardo Dávalos”, 2002; Premio “Manuel José Othón”
de Literatura, 2004.
Ha publicado La materia del presagio (ICA, 2003), El arsenal y la defensa (Ed. Verdehalago,
2007), Nombrar el paraíso (Ediciones del Ayuntamiento de San Luis y Ediciones Sin
Nombre, 2008)
Ha sido Coordinador de Literatura en el Centro de las Artes de San Luis Potosí,
Coordinador de Literatura en el Instituto Potosino de Bellas Artes y docente en diversas
instituciones educativas. Actualmente es subdirector de la Biblioteca Central del Estado.




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