Libro Las horas frágiles de Norberto de la Torre por Brígido Almendárez
Fue Alberto Girri, quien alguna vez sentenció: “a la poesía no se la define, se la
reconoce”. Intentar entonces definir la poesía de Norberto de la Torre, es un acto
por demás ocioso. A lo más que podemos aspirar es a desmontar el eco, la pátina,
la nota oculta en la fascinación de una palabra. Pero las palabras en la poesía de
Norberto se sublevan a todo intento de cercarlas. La semántica en un poema
suyo, es más bien una caja que contiene la memoria, las piezas sueltas de lo
fugaz y lo mutable, pues como él mismo afirma: “debes saber que la sintaxis es
una extraña jaula/ y que todo sucede en la penumbra del recuerdo: / todo lo que
ocurre, ya no existe”.
En la poesía de Norberto desvanecerse no es una posibilidad, sino un imperativo,
es lo que sustenta en sí su permanencia. En Las horas frágiles, Norberto no hace
más que confirmarlo, pues que una hora sea frágil, supone una imposibilidad de
facto: todo tiempo rompe. Fue o será, en todo caso.
En su escritura, las horas pertenecen al pasado o se gestan para una encomienda
en el futuro. Y entonces, todo intento de apresarlas resulta una tarea vana. Todo
muta ahí, “como una voluta de vapor que se transforma en hielo, como una tenue
vibración en el vacío”. O como el mismo poema revela: “nada puede cortar la piel/
con tanta saña como las finísimas agujas de la nieve,/ como los minutos helados
del olvido.”
2
cabe lo mismo un girasol que un elefante, una cantárida o un cardo; un espacio
donde un gato bien puede ser una chispa de luz, al tiempo que una vaga sombra.
En su escritura las palabras no buscan la connotación unívoca, ni la comodidad
basada en lo supuesto, pues como confiesa en un poema: “quiero cambiar la
primacía del/ referente por un plato de lentejas, o nada más/ decir que tres
palomas atraviesan un cielo de/ relojes descompuestos”.
Atravesar un texto de Norberto, no es para nada una tarea fácil, si algo distingue
su escritura es su naturaleza elusiva, errante, su condición de no-lugar donde
sucede todo al mismo tiempo. O no sucede. Leer a Norberto de la Torre exige
cruzar el texto, como se cruza la penumbra a ciertas horas, otear en el silencio,
buscar la claridad del intersticio; pues, como dicta un verso suyo: “el poema es un
lugar para el recuerdo de una zarza en llamas”. Y entonces lo único cierto es que:
“en el momento justo de marcharse, aparece una puerta inexplicable, un agujero
negro en plena sala, un aleph oculto en la escalera.”
La poesía como posibilidad de posibilidades, rizoma del aquí, golpe de dados,
caída donde “todo puede ocurrir en la leve vibración del aire si suspiras –pues,
reconoce”. Intentar entonces definir la poesía de Norberto de la Torre, es un acto
por demás ocioso. A lo más que podemos aspirar es a desmontar el eco, la pátina,
la nota oculta en la fascinación de una palabra. Pero las palabras en la poesía de
Norberto se sublevan a todo intento de cercarlas. La semántica en un poema
suyo, es más bien una caja que contiene la memoria, las piezas sueltas de lo
fugaz y lo mutable, pues como él mismo afirma: “debes saber que la sintaxis es
una extraña jaula/ y que todo sucede en la penumbra del recuerdo: / todo lo que
ocurre, ya no existe”.
En la poesía de Norberto desvanecerse no es una posibilidad, sino un imperativo,
es lo que sustenta en sí su permanencia. En Las horas frágiles, Norberto no hace
más que confirmarlo, pues que una hora sea frágil, supone una imposibilidad de
facto: todo tiempo rompe. Fue o será, en todo caso.
En su escritura, las horas pertenecen al pasado o se gestan para una encomienda
en el futuro. Y entonces, todo intento de apresarlas resulta una tarea vana. Todo
muta ahí, “como una voluta de vapor que se transforma en hielo, como una tenue
vibración en el vacío”. O como el mismo poema revela: “nada puede cortar la piel/
con tanta saña como las finísimas agujas de la nieve,/ como los minutos helados
del olvido.”
2
Un poema de Norberto es, en todo caso, un pequeño cosmos, un lugar en el que
cabe lo mismo un girasol que un elefante, una cantárida o un cardo; un espacio
donde un gato bien puede ser una chispa de luz, al tiempo que una vaga sombra.
En su escritura las palabras no buscan la connotación unívoca, ni la comodidad
basada en lo supuesto, pues como confiesa en un poema: “quiero cambiar la
primacía del/ referente por un plato de lentejas, o nada más/ decir que tres
palomas atraviesan un cielo de/ relojes descompuestos”.
Atravesar un texto de Norberto, no es para nada una tarea fácil, si algo distingue
su escritura es su naturaleza elusiva, errante, su condición de no-lugar donde
sucede todo al mismo tiempo. O no sucede. Leer a Norberto de la Torre exige
cruzar el texto, como se cruza la penumbra a ciertas horas, otear en el silencio,
buscar la claridad del intersticio; pues, como dicta un verso suyo: “el poema es un
lugar para el recuerdo de una zarza en llamas”. Y entonces lo único cierto es que:
“en el momento justo de marcharse, aparece una puerta inexplicable, un agujero
negro en plena sala, un aleph oculto en la escalera.”
La poesía como posibilidad de posibilidades, rizoma del aquí, golpe de dados,
caída donde “todo puede ocurrir en la leve vibración del aire si suspiras –pues,
como Norberto intuye–: “hay una voz en la cantárida, otra en el ala.”
Nació en la Ciudad de México, el 15 de febrero de 1947. Poeta y narrador. Radica en San Luis Potosí. Estudió Psicología en la UNAM. Ha sido profesor de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí y director del Museo Othoniano de San Luis Potosí. Colaborador de Letras Potosinas, Poiésis y Pulso. Premio Estatal de Literatura Manuel José Othón 1984. Premio Estatal de Periodismo Francisco Martínez de la Vega 1988.
Comments
Post a Comment