El hábito de la certeza, poemario de Brígido Almendárez (Editorial Ponciano Arriaga 2020) por Jeanne Karen.

 

La poesía de Brígido Almendárez, sin duda, ha pasado por una transformación. Recuerdo sus primeros poemas, titubeando entre la poesía en prosa y la poesía, todavía joven, Brígido, seguramente estaba en el doloroso proceso de hallar su voz.

Ahora, mientras leo su poemario ganador del Premio Manuel José Othón 2019, estoy frente a un autor muy distinto.

En el libro El hábito de la certeza, nos enfrentamos a la novedad. Aquí, el lenguaje ha cambiado, ha encontrado el fondo, sin obviar la forma.

Ya lo dijo Nicanor Parra, ¿por qué los poetas hablan en difícil, en esa jerga que no es el lenguaje común?

Dentro del libro, encuentro los temas fundamentales de la poesía, como la constante pregunta, el cuestionamiento a nuestra existencia, a través del cuestionamiento de la existencia de Dios, también se habla del amor, pero con esa jerga que dice Parra, lo que en el libro de Brígido, denota la búsqueda de esa certeza; el poeta nos enfrenta ante textos cargados de significado, de simbolismo, muchas veces de su propia semiótica.

Por eso pienso, cómo nos atrevemos a anhelar comprender, ¿no se trata solo de gozar?

En el mundo de la poesía de Brígido, algo tan violento, tan asombroso como el mar, se puede comparar con la voluntad de una mujer; algo tan pesado, rígido y poderoso como una casa se puede percibir como el tiempo perdido, lo que se fue, lo que nos ha dejado, el cadáver de una mosca en la ventana, dice uno de sus versos, nos abate, las imágenes nos golpean, sentimos el dolor en la boca del estómago, ¿cómo vamos a llamar a esa melancolía, a esa tristeza?

Luego el poeta nos lleva por el elemento de la velocidad, la incertidumbre, en la imagen siempre cambiante del río.

Los ríos en el poemario son presencias, cuerpos en movimiento que marcaron territorios, comarcas, quizás del pensamiento o por qué no también, del propio cuerpo. El que lee el apartado de ríos se va a encontrar con el vértigo, con la vorágine, con la cara cambiante del sol. Brígido, en el cuerpo de agua dulce encuentra la voz de Dios, la presencia inequívoca, la luz que todo nombra mientras lo toca.

No sé si será el único poemario de nuestro autor en donde podamos percibir su misticismo, su poesía esotérica también, su poesía del Verbo, pero por ahora celebro que aquí nos encontremos hoy y que antes nos hayamos encontrado con poemas como Monólogo de Yavhé que Adán escucha, porque entre los versos hemos visto nacer las aguas, con sus rápidos, piedras y hojas, el poeta habla de la esperanza que Dios dio al hombre, la llama esperanza líquida y nosotros tenemos permiso de regocijarnos, no por la esperanza en sí, sino más bien por la fuerza del poema que como remolino, es al final lo que nos une y nos arroja a la ribera, un poco más sabios, un poco menos densos, sin el peso de nuestro propio y torpe corazón.

Encontrar el hilo místico de un poeta, en el Siglo XXI, es encontrar que la palabra antigua conserva su peso, su significado ideal y real, sus ángulos, sus furias, su tormento.

 La poesía de Brígido, en El hábito de la certeza, nos llama a convocar nuestra fuerza, el deseo de creer, de buscar que algo sea verdadero, que algo sea real, al final, de eso se trata la vida, de tomar la certeza de la mano, caminar sin miedo.





Brígido Almendárez 

Escribe porque no pudo tocar decentemente un instrumento. Cree como dogma, en esas palabras de Raúl Zurita: "No se puede ir por la vida sin música, es como ir a la guerra sin Dios". Hacer listas le provoca una felicidad incomprensible. Desde hace varios años lleva una bitácora de estrellas fugaces. Enterró a su perro un viernes bajo la sombra de un mezquite. Con la pala todavía en la mano leyó su Salmo favorito -el 91, por supuesto-. No importa dónde esté, si es de noche, busca en el cielo un papalote.



Jeanne Karen

Escritora, tallerista, editora, artista, activista cultural, columnista. Le gusta todo lo que tenga sabor a coco y chocolate. Ha publicado algunos libros de poesía. Cuando puede viaja, cuando no, mira por las ventanas. Toma muchas fotos y escribe como si la vida dependiera de ello. Lee a sus contemporáneos, hace reseñas. Estudia y ama la poesía, en especial la escrita por mujeres. Nació en medio de una fuerte tormenta, mientras los campos eran devastados por el granizo. 



 



Comments

Popular posts from this blog

Las edades felices poemario de Margarito Cuéllar, reseñado por el poeta Saúl Castro.

Un simple libro de baladas de Mario Alonso por Saúl Castro

Días de papel y silencio de Armando Arenas por Martín Gutiérrez