Un talismán en campos de ceniza de Eudoro Fonseca por Saúl Castro
Un talismán en campos de ceniza de Eudoro Fonseca por Saúl Castro
De manera precisa, Luis Cortés Bargalló ha señalado que “la poesía de Eudoro Fonseca
está determinada por una doble premisa: la densidad y la fluidez”.
Poesía densa y sin concesiones, profunda -incluso en lo anecdótico, abrasiva y obcecada,
pero rítmica, fluida y a la vez enérgica en su tono. La obra de Eudoro Fonseca transita del
paisaje inhóspito al poblado, del solitario nómada al amante sedentario, del arrojo del
lenguaje al uso preciso del recurso literario, de la irrupción provocadora a la voz templada
con una carga elegante de ironía
Ironía, tal vez, como la entendía Rainer María Rilke en las célebres cartas a un joven poeta.
Cito un fragmento de la segunda carta:
Sólo dos cosas más querría decirle hoy:
En primer lugar, algo acerca de la ironía. No se deje dominar por ella, y menos que en
cualquier otra ocasión, en los momentos de esterilidad. En los que sean fecundos, procure
aprovecharla como un medio más para comprender la vida. Empleada con pureza,
también la ironía es pura…
Tal vez Eudoro así lo entiende, su obra tiene -en algunos momentos- remates dignos de
una fina comedia de enredo: vertiginosa y urbana, ácida y con personajes complejos que
salen y entran en actos, reciben la burla o son la burla.
Cito el texto:
Epílogo invocando a Becquer y con reminiscencias del vate Aguirre y Fierro:
¿Quién de ustedes, querido público, puede decir honestamente:
“yo me levanto sin sueños en las mañanas
y puedo adivinar la lotería del sacrilegio”
¿quién de ustedes entendió la parábola del gato y la pianola?
¿acaso usted?
¿usted argonauta ingenuo,
inexperto pilotillo de los Andes, del charango y de la quena?
¿o usted, mafufo peladón,
cucarachón maldito, kafkita legendario, poseso ridículo y arcaico?
No, su respuesta es no, y no se preocupe,
Nada se gana con andar rastreando los escombros de la vida”
Remates, destellos, ironía controlada que, a la luz de Rainer María Rilke, ha sido empleada
con pureza, pero que, poéticamente, no se agota en ella.
Desde la aparición de Volver sobre los pasos, Eudoro Fonseca se entrega a la
consolidación del canto, a la marcha y al paso rítmico, como advierte ya David Ojeda, “el
ritmo de afuera, el del cosmos, y el de adentro, el íntimo y el inmediato”
El poeta piensa, reacciona, pero singularmente canta. Se atora, desafina y desentona,
pero singularmente canta. El poeta es un poeta de ciudad, afásico, difásico, profundo pero
no solemne. Habla de sí mismo como hablarle a los otros, habla a los otros como hablarse
así mismo.
Cito el poema río:
Río,
arrolladora fuerza de la vida, torrente magnífico
fluyendo ajeno a la compasión o a la soberbia,
caudal ciego,
caudal en sí,
majestad sin ataduras,
caballería de cristales en tropel,
ejércitos inmemoriales precipitados a los fragores de un combate.”
Más notorio que un discurso, en Volver sobre los pasos, estamos -como en toda obra
joven- ante una potente y lúcida oratoria de los acontecimientos.
Cito fragmento del poema Estruendo mecánico:
los ruidos y las claves
los clavos y las alas,
los bigotes y las barbas,
la barba y las arañas,
las arañas y el gusano,
el mar y la mareas,
la marejada de voces errantes en la nieve…”
El discurso y ese torrencial canto, así como el uso de la aliteración, cede al uso controlado
de la alegoría. En El Vendaval y la hojarasca encontramos sobre todo, menos arrojo y más
economía en sus recursos estilísticos.
El cíclope, la tórtola, la torre, el vendaval, y el ángel desfilan como parte de un espejo del
sujeto lírico, son piezas inmóviles y estructurales del cosmos elegido: ciudad, habitación,
oficio y viaje. Un pertenecer inevitablemente al mundo:
Cito el poema nocturno, en El vendaval y la hojarasca:
Nosotros,
los que estamos perdidos en los pliegues del deseo,
los infectos por la imbatible mordedura de su sarna,
los que tributamos nuestras ojeras insomnes
en el ara de su despotismo, nosotros,
los de las miradas desasidas,
los expósitos del viento,
los incluseros de la noche…
Nosotros,
que hemos perdido el mar
y somos la salobre soledad que resta…
Es la conciencia del poeta en un mundo a disgusto, pieza en la pieza mayor inmóvil y total;
la conciencia del sujeto lírico es ahora más silencio, más cercano a la resignación y menos
cercano a todo estruendo.
Cito fragmento del poema La torre:
Un día cuya apariencia no era distinta a la de otros,
el peregrino se detuvo;
si un iluminado hubiera sido no sería mayor su certidumbre.
Pero, a partir de la sección La balada de amor que vuela, los registros de Eudoro -en
particular en el poema Entre Aristóteles, el amor y la dialéctica- tienen su culmen. Aquí, el
sentido de la poesía cobra dirección: el otro.
El otro: el amante, el amigo, la familia, la madre.
El poeta ya no es más un yo frente a los otros, es un yo en medio de los otros: el otro es el
espejo, el deseo, el dolor, la ausencia.
Preámbulo de lo que, a mi humilde juicio, representa el libro con mayores alcances líricos
de la primera obra del poeta: San Luis Blues.
Pero eso será tema de la próxima entrega.
Aquí, el discurso no es en el fondo una potente oratoria, es más bien una lúcida serenidad,
una pausa. La palabra más que un símbolo es una precisión, un objeto pulido que deja
ser simplemente un medio y se convierte el fin del canto.
En San Luis Blues, encontramos a un Eudoro con dominio del recurso y la referencia a
favor del poema, William Bluttler Yeats, Othón, Velarde, San Juan de la Cruz y ciertas
reminiscencias al poema de Oscura Palabra de José Carlos Becerra, rondan el volumen.
Sin falta de rigor, pero con mayor madurez para sumergirse en lo anecdótico, el poeta nos
narra su encuentro del mentor con la joven alumna:
Cito fragmento del poema Defensa de Moliere
Moliere es tan grande,
dije a mi ángel,
que sus palabras perduran
al momento de vernos a los ojos
y besarnos…
¡Loado sea Moliere!
“Densidad y fluidez, dilatación y reconcentración”, dice Luis Cortés Bargalló, estremecen el
verso crepitante de La hoguera vencida.
Libro de hallazgos múltiples y de madurez indiscutible del poeta. Registros controlados y
diversos, que van desde lo popular, lo culto, la intermitencia mozárabe en nuestra lengua,
la tradición literaria regional: Othón, Velarde, Peñalosa. “Amo a esta ciudad que ha sabido
cobijar a dos poetas” –refiere.
Pero sin duda, es en el poema El cencerro en el que encontramos la mejor versión de un
maduro Eudoro:
Cito:
El hombre solitario
deambula en una procesión eterna
con una vela entre las manos,
no es un iluminado,
ni un devoto,
ni un bendito.
Su pecho no resguarda una reliquia
venerada,
ni una verdad incandescente,
un témpano en el alma se le rompe,
un continente movedizo en su pecho
se deslava,
por eso camina sin saber a dónde,
sólo tiene un escapulario de humo en las entrañas…
Si hay dos frentes que persisten en la obra de Eudoro es la irascibilidad y el amor. Un
poeta lúcido e irascible frente a la sociedad, las instituciones y las ideologías hipócritas, es
también un poeta esencialmente amoroso. El deseo, la memoria, la lealtad, las raíces
familiares son el talismán presente en el camino recorrido.
Y, es por eso que en el presente volumen, Un talismán en campos de ceniza, Eudoro
transita del amor a la cólera como un tren de múltiples estaciones.
Ya desde el primer poema, el autor nos coloca alrededor de los andenes esperando la
figura de la madre. La vida se convierte en una estación desierta; las imágenes de la
infancia retornan para decirnos cuán solos estamos, cuántas vidas, cuántas personas
somos y hemos sido bajo el cobijo de Heráclito de Éfeso o de Fernando Pessoa, cuántos
ríos han pasado y cuántas personas hemos sido al bañarnos en las múltiples aguas de los
ríos.
En este primer texto Eudoro tiene la pericia para transformar la simple anécdota en un
consistente poema:
Cito fragmento del poema: Expreso de medianoche
“madre, ese hilillo con que zurces se revienta,
se revienta tu úlcera morada
y me salpican tu sangre, tu tristeza, tus palabras;
no me sirven, madre,
tus costuras de hilachos y estrecheces”
Ese talismán en campos de ceniza es la disposición a la búsqueda, es abrir los ojos, es
encontrar el amor, son las cosas que nos hacen encontrar a las otras cosas y a nosotros
mismos, el talismán, es pues, la vista, el sentido, el tacto, el reencuentro:
Cito, a lo que mi parecer es de los textos de mayores alcances: El poema de la felicidad
“Llegaste inesperada y súbita y así te fuiste,
llevándote tus genealogías antiguas
y tu extraña musiquita de muchacha,
dejando tras de ti
un rastro luminoso de pétalos caídos.
Me quedé unánime y solo,
unánimemente solo,
atrapado en un círculo de tiza,
diminuto como un remoto lunar sobre la tierra.
Abordé un taxi y fui dejando atrás calles dolorosas
como llagas,
calles que yo sabía perfectamente cuánto amaba,
dejé atrás a mis fantasmas y al cangrejo mal herido,
los dejé sin culpa y con alivio,
adiós mi peso muerto, adiós mi viejo fardo,
adiós maleta detestada.
Caía la noche y comenzó a llover,
a llover copiosamente sobre el valle,
la lluvia barría la desesperanza y sus rebabas,
llovía sobre las calles cenicientas,
y sobre la esquiva memoria de los sueños,
la lluvia mojaba la tierra como un bálsamo,
en alas del agua la gente levitaba,
levitaba el oficinista con gabardina y con paraguas,
levitaban los corazones ameritados de los amantes y los locos,
levitaba la ciudad entera.
Los taxis al pasar dejaban una estela de ruido,
una ráfaga de luz,
un disparo de agua en las banquetas,
el asfalto era un espejo, una fiesta de luces y destellos,
la lluvia lavaba el corazón ultrajado de la urbe,
lavaba el rostro de una ciudad de piedra volcánica y ceniza,
su rostro antiguo, sus oros recobrados.”
Pessoa, Valery, Othón, Baudeleire, Verlaine, son tejidos con escrúpulo y con acierto,
confluyen los temas, las preocupaciones, los infortunios y el erotismo como un desfile
intacto frente a la ceniza.
Poesía densa y sin concesiones, profunda, abrasiva y obcecada, rítmica y fluida. Como
refería anteriormente, transita del paisaje inhóspito al poblado, del solitario nómada al
amante sedentario, del arrojo del lenguaje al uso preciso del recurso literario. Habla de sí
mismo como si hablara con los otros, habla a los otros como si hablara consigo mismo; de
la potente y lúcida oratoria de los acontecimientos al poeta que ya no es más un yo frente
a los otros: es un yo frente al espejo, frente al deseo, el dolor, la ausencia. Poeta lúcido e
irascible frente a la sociedad, las instituciones y las ideologías hipócritas, pero también un
poeta esencialmente amoroso. La obra de Eudoro, resumiendo, va de la irrupción
provocadora a la voz templada, lúcida, dueña -sin concesión alguna- de su propia carga
elegante de ironía.
Eudoro Fonseca
Nació en Aguascalientes, Aguascalientes, el 22 de abril de 1956. Poeta. Estudió Derecho en la uaslp, la maestría en Ciencias Sociales en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y el doctorado en Historia de América Latina en la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido consejero maestro en el Consejo Directivo Universitario, profesor y director del Instituto de Investigaciones Humanísticas de la uaslp; presidente del Instituto de Cultura de San Luis Potosí. Miembro del sni, 1986-1993; director general de Vinculación Cultural del conaculta. Premio Estatal de Literatura Manuel José Othón 1987. Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 1989. Premio de Ensayo Panamericano 1991-1992. Premio en el Certamen de Poesía organizado por los Colegios Mayores de la Universidad Complutense de Madrid. (Fuente: Enciclopedia de la literatura de México. Foto: archivo Gobierno del Estado de San Luis Potosí, internet)
Saúl Castro Tapia
(San Luis Potosí, 1978) obtuvo el premio nacional de poesía joven “Salvador Gallardo Dávalos” en 2002 con el libro La Materia del Presagio (ICA 2003); en 2004 el premio de literatura “Manuel José Othón” con el libro El Arsenal y la Defensa (Verdehalago 2007); en 2008 publica Nombrar el Paraíso (Ediciones Sin Nombre y Ediciones del Ayuntamiento de San Luis). Actualmente es Director de la Biblioteca Central del Estado de San Luis Potosí.
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