Titanic de Mario Heredia por Saúl Castro

 Titanic de Mario Heredia



El ojo advierte de manera precisa el hecho, pero el corazón capta de manera precisa las

señales. Entre el presagio y el acto consumado está el objeto, la palabra, la disposición de

las cosas que advierte de manera eficaz el desenlace.

Mario Heredia nos entrega un material sin concesiones, preciso, construido de manera

sólida a nivel formal, con pulcritud en el uso de recursos, dispuestos sistemáticamente

para ofrecer con su lectura una experiencia vital, lúcida y significativamente humana.

Revelado desde el inevitable presente de la bitácora, el autor reconstruye una tragedia

universal en una tragedia propia. El desenlace es conocido por todos: el hundimiento y la

muerte. En el imaginario colectivo, la analogía central es materia conocida. Así también, el

imaginario colectivo le ha otorgado a la catástrofe el estatus de fábula, de épica, de

inexplicable tragedia, pero también–sobre todo en las generaciones posteriores a James

Cameron- la relación imposible y el triunfo amor con una pieza de Celine Dion como fondo

del naufragio.


Lejano al lenguaje grandilocuente, en el presente volumen, las señales de la tragedia son

objetos dispuestos en un barco, horas, acontecimientos, estaciones, nomenclatura propia

de la disciplina naval y del trayecto marítimo.

Cito algunos títulos de poemas:


Hora a la que se dejó de escuchar la música: 2:15 a.m.

Eslora 269.06 m.

Velocidad: 25 nudos

Una turbina Parsons de baja presión

EL iceberg: 30 m sobre el nivel del agua. 42 N, 49 O

Ahogados: 1522


Las señales de la tragedia nunca son noticia, la esfera individual tampoco lo es. Heredia

parece decirnos que estamos condenados a encontrar en la clandestinidad las señales. La

condición última del dolor es proporcional a la condición del anonimato. La tragedia tiene


todos los nombres y ninguno: se llama Titanic, se llama Hindenburg, transbordador

Columbia, se llama la ruptura de Juan y Fernanda, la muerte de Pedro, el extravío de una

mascota.

Los nombres de los hombres nutren, los nombres de los objetos determinan la magnitud

de la pérdida.

Cito fragmentos del poema: Inaugurado a fondo: 3821 m bajo el mar


No todos como tú, como yo, no todo

fue noticia:

los surcos escriben la historia en la pared

y en las muñecas y

y disculpan el amor de los iguales…


Al otro extremo del mundo

se vende la tragedia: es un grito

infantil: un crujir de hojas.

Una noticia en grandes letras…


Un quince de abril de mil novecientos doce

naufragó tu voz

la lejanía

la luz

la vanidad.


Como en Nocturno de la alcoba de Xavier Villaurrutia, el canto de amor se constituye

también en un canto de soledad frente a la muerte. Con notable habilidad en el texto de

Heredia el equilibrio del verso es un eco del equilibro de la imagen, el llanto aún no se

hace presente, pero invoca ya desde esta instancia la soledad del amor frente al

naufragio.


Cito a Villaurrutia:

Entonces, sólo entonces, los dos solos, sabemos 

que no el amor sino la oscura muerte 

nos precipita a vernos cara a cara a los ojos, 

y a unirnos y a estrecharnos, más que solos y náufragos, 

todavía más, y cada vez más, todavía.


Cito fragmento de poema Posición 41.44 N, 50.24 O


Lloremos los dos, porque la muerte ha llegado

hasta los lagos de tus ojos.


Cito fragmento de poema 52,310 toneladas


Creo en el instante

entonces

las sirenas del vapor, los cuerpos, entonces

las sirenas de la calle

entonces tú

y en todo tiempo detenido

la cruz marca el camino hacia tu pecho

masculina rosa de los vientos

pero también en el inicio de un

color que es nuestro. Si todo es ocre, por qué no pensar por una vez en la naranja que

comimos juntos en una cubierta condenada a nuestro olvido, en el olor a cloro de nuestros

chapuzones, en el caminar solos, por ahí, como dos huellas que se quieren, solamente…


Conocedor de lo que una buena trama provoca en el lector, Heredia incorpora elementos

propios del discurso narrativo en su discurso poético, despliega recursos que abonan en la

impresión lírica la sagacidad propia de la tensión del relato, así, encontramos fragmentos

con alcances de consumada intención dramática:


Cito fragmentos del poema Calado 10.54 m

Veintiún platos apilados. El último está roto…

Veintidós platos apilados y llueve cal sobre cubierta…

Veintitrés platos apilados sucios de orín, de mares viejos…

Veinticuatro platos apilados. Ya no nieva…

Veinticinco platos apilados son la amnesia blanca y veloz de las ballenas…


Los platos caen de manera estruendosa cuando se acerca la tragedia. Y es aquí donde

regreso al primer planteamiento: El ojo advierte de manera precisa el hecho, pero el

corazón capta de manera precisa las señales.

Mario Heredia nos recuerda que el nombre de “Titanic” está en la travesía, en el comedor

de cualquier casa, en el apartamento de cualquier colonia, en la sección de un hospital, en

la huella de dos amantes caminando por la playa, en el beso adolescente, entre el

presagio y el acto consumado, en la palabra y en la disposición de las cosas que advierte

de manera rotunda el desenlace. 


Mario Heredia

Mario Heredia, narrador y poeta. Nació en Orizaba, Veracruz, y reside en Guadalajara. Ha publicado novela, cuento, y los poemarios: Los espíritus de la música (UNAM, 1999), El éxtasis violeta de Arthur Cravan, traducción al portugués de Paulo Ferraz  (Mantis Editores, 2014) y Titanic, traducción al inglés de Lawrence Schimel (Mantis Editores, 2015)









Saúl Castro Tapia 

(San Luis Potosí, 1978) obtuvo el premio nacional de poesía joven “Salvador Gallardo Dávalos” en 2002 con el libro La Materia del Presagio (ICA 2003); en 2004 el premio de literatura “Manuel José Othón” con el libro El Arsenal y la Defensa (Verdehalago 2007); en 2008 publica Nombrar el Paraíso (Ediciones Sin Nombre y Ediciones del Ayuntamiento de San Luis). Actualmente es Director de la Biblioteca Central del Estado de San Luis Potosí.




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